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Rafael Nadal conquistó Roland Garros por décima vez

Publicado el dia 11/06/2017 a las 18h50min
Ganó por 6-2, 6-3 y 6-1, en dos horas y cinco minutos; no cedió ni un set en la presente edición del torneo

PARIS.- La mitología deportiva le tiene reservado su lugar desde hace tiempo, pero nada parece conformarlo. Son ya 10 Roland Garros. ¿Comparables con qué? ¿Con los 6 Masters de Augusta de Jack Nicklaus, el máximo ganador de Majors del golf (18)? ¿Con las 12 Champions League del Real Madrid y las 6 de Paco Gento? ¿Con los 7 títulos mundiales de Michael Schumacher en la Fórmula 1? ¿Con los 23 oros olímpicos de Michael Phelps? Todo es relativo: distintas épocas, diferentes deportes, sea en equipo o individuales; con la participación de máquinas en algunos casos. Pero algo es cierto: Rafael Nadal podría escalar perfectamente los senderos del Monte Olimpo, sentarse a la mesa con los Zeus, Poseidón, Heros, Afrodita o Atenea, y no sentirse un extraño. Doce años después de aquella final, la primera, con Mariano Puerta, en bermudas blancas y con musculosa verde, lo que a primera vista sería una irreverencia al glamour francés. Diez títulos después, que valieron que por fin recibiera una réplica propia del trofeo de los Mosqueteros, y con el detalle sentimental de que se lo entregó en mano su tío, Toni Nadal: juntos en el podio, cerebro y ejecutor de tanta gloria. Mientras en la tribuna se desplegaba una bandera homenaje, con el 10, el "Vamos Rafa" y la imagen de la Copa. Nadie como él en ese escenario. Con miles de impactos intermedios en su vida. Que se va a romper. Que no es humano. Que utiliza sustancias prohibidas, incluidas las faltas de respeto que debió soportar con los guiñoles franceses, satirizándolo con jeringas tamaño King Kong. Lesiones de rodillas, espalda y muñeca. Peleas con el tío y reconciliaciones. Nadal pasó por todos los estados, obstáculos y emergió como si genéticamente hubiese recibido un baño de cataforesis que lo hizo inmune (o casi) a todas las impurezas que fue cruzándose en 14 años de profesional. Sí, aquel Nadal de 19 años que empezaba a vislumbrarse como uno de los potenciales grandes jugadores de todos los tiempos hoy tiene 31 y luce renovado. Se emociona y abraza el trofeo, pero ya no se trepa a los palcos. Signo de madurez y quizá también que los años no vienen solos y conviene cuidar el cuerpo hasta en los mínimos detalles. Con menos pelo, igual de luchador dentro de la cancha, siempre profesional a la hora de entrenarse, contestario cuando quiere serlo o no le gusta lo que le preguntan o le dicen. Tierno para jugar con sobrinos e hijos de amigos en el Players Longe. Familiero y simple, como en la noche previa a otra jornada inolvidable. Saliendo del hotel, caminando por la rue Goujon, a metros del Sena y en la zona conocida como Triángulo Dorado, para ir a cenar a un restorán que ya es cábala en Marignan y Avenue Montaigne, la zona más lujosa de París. La procesión es de unas 15 personas, con Rafa en el medio, y espían como un paparazzi les sigue los pasos y dispara de la vereda de enfrente. Sonríe, habla con Carlos Moyá, su amigo y entrenador desde hace seis meses. Es de día aún, pero es el Nadal persona que no se siente celebridad, aunque a medida que se detecta su presencia la gente se va parando para mirarlo y admirarlo. Aunque sin invadirlo. Ganado tiene ese respeto francés. Buenos Aires sería otra cosa. "En París y en la Chatrier, Nadal a morir", dijo Moyá cuando la amenaza se llamaba Dominic Thiem, que se fue impotente después de una paliza que le costará olvidar. Nadal y Roland Garros, con una marca de 79-2. Entender ese número es tomar dimensión de lo que estamos hablando: un monstruo nacido, criado, enseñado y perfeccionado para ganar que jamás transmitirá sentirse más que el oponente. Y aunque interiormente pueda sentirse de otra manera, superior en definitiva -tiene con qué-, estar con los sentidos en alerta no hizo más que beneficiar, potenciar y extender la durabilidad de una hegemonía extraordinaria e irrepetible. Ahora tiene el triple 10, todo en un año: Montecarlo-Conde de Godó-Roland Garros. Cierto que el que más lo motiva y lo conmueve es el Abierto francés, pero Nadal es de esa casta que no tira games (ni hablar de partidos), menos en polvo de ladrillo. Si no los gana, se los tienen que ganar. Son pocos los que pudieron a través de la historia. En polvo todo les cuesta más a los rivales. Muchísimo más en la Chatrier. Ahí donde se transforma, la mirada le transmite pavor a los oponentes y su tenis cobra un volumen irresistible. No fue la excepción esta nueva final, resuelta en 2h5m para minimizar esa explosión llamada Stan Wawrinka. Por primera vez en cuatro oportunidades, el suizo cayó en una final de Grand Slam. Quedó frustrado, desmoralizado. Así se lo vio en la entrega de premios. Ni siquiera el aliento de la gente pudo levantarlo. Apenas tuvo un break point en todo el partido, casi en el amanecer de la final, en el tercer game. Nadal se lo arrebató con un saque ganador. ¿Cómo pretender ganar una final así? Perdió como era previsible que podía caer con este Nadal que apenas resignó 35 games en todo el torneo (sí, 5 por partido) y obtuvo los 21 sets que disputó. Fue por 6-2, 6-3 y 6-1. Para extender a 16-3 su marca personal con el suizo. ¿Por qué tamaña diferencia? Porque Nadal, desde la llegada de Moyá a su equipo, ajustó dos o tres aspectos que derivaron en una versión superior. Sana, ante todo, con lo determinante que eso para su tenis. Mejor saque, derecha dominante y mayor agresividad. Todo regulando las exigencias físicas en los entrenamientos. Destrozó a Thiem y fue minando la resistencia emocional de Wawrinka. A quien dominó territorialmente y en la ejecución del plan de partido. Nunca le jugó dos pelotas iguales, lo movió y lo sacó del eje donde Wawrinka empieza a desequilibrar y entra en trance: cuando pega plantado dos o tres tiros idénticos. Las pelotas con altura al revés mantuvieron al perdedor muy condicionado y obligado involuntariamente al error. Y cada quiebre (dos en el primer set, uno en el segundo y tres en el tercero) no sólo fue un estruendo en el alma del suizo: enseguida Nadal validaba esa ventaja logrando el suyo en 0 o en 15. ¡Intratable! Son 10 Roland Garros que contrastan con los 7 Wimbledon de Federer, por ejemplo. Son 15 Grand Slam que lo dejan ahora a sólo 3 del suizo (18 también es la cantidad de Majors que ostenta Jack Nicklaus), aunque es cierto que se avecina la cita en el All England. Se va de París como N° 2 del mundo, con el ánimo en alza y todo el segundo semestre por delante, con apenas 370 puntos por defender. A nadie le llamaría la atención que Nadal se tire naturalmente a buscar el N° 1. La mitología deportiva lo invitó a la mesa y él le sigue haciendo honor a su historia.

Fuente: La Nacion